Solicitar copia a: JJ Montilla. ProfesorTrtular. Facultad deAgronomla. UCV.Apto Postal 2037. Fax: 2463454. E-mail: montillaj@agr.ucv.ve
En 1999, la FAO inició la publicación anual de un documento bajo el título "El Estado de la Inseguridad Alimentaria en el Mundo", entendiéndose como tal el hecho de que "la población se ve obligada a convivir con el hambre y teme morir de inanición". En este sentido, puede afirmarse que la historia de la humanidad es en gran parte la historia de la lucha por la consecución de los alimentos y contra el hambre, un problema que no ha podido aún ser superado globalmente a pesar de logros tan trascendentales como el dominio del fuego por el hombre, en la interfase evolutiva entre el Homo Antecesor y el Homo Sapiens (1); la domesticación de los animales en el período neolítico, la aparición de la agricultura vegetal hace aproximadamente 20 milenios y los grandes cambios políticos y tecnológicos que ocurren entre los siglos XVII y XX; ni la extraordinaria revolución agrícola e industrial que ocurre entre los años 20 del siglo XX hasta el presente y que alcanza gran ímpetu después de la segunda guerra mundial, gracias al contínuo mejoramiento genético para la obtención de variedades de alto rendimiento, a la sofisticación de las prácticas de la irrigación, la mecanización agrícola y a la producción y aplicación masiva de los insumos tecnológicos fundamentales, especialmente los fertilizantes químicos, todo lo cual ha permitido en aquellas áreas geográficas y países donde se les aplica, con base en la racionalidad que impone la ciencia y la tecnología, multiplicar el rendimiento de las producciones agrícolas.
El concepto actual de seguridad alimentaria es de formulación reciente. En el mundo privaban situaciones que colidían con el mismo: Francia soportó 13 períodos de hambre en el siglo XVI, 11 en el XVII, 16 en el XVIII y 10 en el XIX; en Irlanda, entre 1848 y 1849 muere más de un millón de personas por falta de alimentos y 1.5 millones se ven obligadas a emigrar. Rusia sufrió 6 períodos de hambre en la segunda mitad del siglo XIX y, solamente entre 1932 y 1993, el hambre fue responsable de la muerte de 3 millones de personas. En la India entre 1860 y 1900 ocurrieron más de 15 millones de muertes por hambre y, después de la 1ª y la 2ª guerra mundial, Europa, en general, sufrió severas limitaciones alimentarías (2). A lo anterior hay que agregar el hambre que perdura en muchos países de África, Asia y América Latina.
Puede afirmarse que hoy en día la producción de alimentos es más que suficiente para satisfacer las necesidades de toda la población del planeta pero su distribución es muy desigual. Así por ejemplo, los países desarrollados donde habita solo el 20% de la población del mundo, producen 848.754 millones de t de cereales (3), equivalentes al 44% de la producción mundial; este patrón se repite para casi todos los rubros o grupos de rubros de la agricultura. De esta manera, salvo en los casos debidos a las injusticias sociales prevalentes, el hambre y la malnutrición han sido erradicadas en los países desarrollados en los cuales la suficiencia alimentaria y el exceso de alimentos alcanzado ha sido, y esto hay que enfatizarlo, con base en una producción agrícola propia que, a su vez, le permite un brutal dispendio alimentario. También en gran parte del Asia, con grandes esfuerzos y con modelos dietéticos modestos, estos flagelos han sido superados. Por el contrario, las regiones que siguen siendo severamente afectadas son África en primer lugar y, en menor magnitud, la América Latina, región ésta en la cual persisten el hambre, la malnutrición y la inseguridad alimentaria en varios países, resultando inaudito el caso de Venezuela, país que ha contado y cuenta con ingentes recursos financieros y naturales fundamentales para el desarrollo de la agricultura.
En este país, en los años transcurridos entre 1960 y comienzos de los años ochenta se habían aumentado los consumos diarios per capita de aproximadamente 2000 kcal y 50 g de proteína que prevalecían en las décadas de los años 40 y 50 (4), hasta contar con disponibilidades alimentarias equivalentes a 2187 kcal y 50 g de proteínas en 1962-63; a 2385 kcal y 59,5 g de proteína en 1969-71 y, a 2719 kcal y 68,9 g de proteína para 1979-81(4,5). Esta evolución aparentemente positiva ocurrió en base, fundamentalmente, a la importación de alimentos, porque las producciones de la mayor parte de los rubros de la agricultura venezolana han sido erráticos y decrecientes, con la única excepción de las hortalizas entre los productos vegetales y el incremento apreciable de la contribución de las carnes; en particular las de aves y cerdos, producidas principalmente con alimentos provenientes de la importación (3) (Cuadro 1).
Así las cosas, no es de extrañar que entre 1970 y 1997, la FAO 2000 (8) reporta que solamente tres regiones y países en el mundo han reducido el consumo calórico: África SubSahariana, Venezuela y Cuba en los cuales se ha pasado de 2271, 2352 y 2640 kcal/persona/día en 1970 a 2237, 2321 y 2480, respectivamente, al finalizar el siglo XX (Cuadro 2)
Según FAO 2002 (3), al comparar a Venezuela con América Latina y el Caribe y, con África y Asia, en lo que respecta a cereales, las producciones anuales son en Kg./persona/año de 94,3; 290,0; 148,5, y 267,3, respectivamente; para raíces y tubérculos son de 45,4, 103,4, 211,3 y 79,9; y para leguminosas de grano (incluida la soya) son de 1,9, 138,0, 4,0 y 12,7. Este patrón se repite también para otros rubros, Venezuela predomina solo en la producción de proteína animal que, como se ha señalado, se realizan en alto grado en base a insumos importados (Cuadro 3). La información de este cuadro testimonia fehacientemente que la casi totalidad de los países desarrollados son autosuficientes en la producción de alimentos en base a su propia agricultura. Se pueden exceptuar países enclaves o cuasi-enclaves como Singapur, Japón, Israel, Corea del Sur.
Es necesario enfatizar que el fracaso agrícola en Venezuela resulta incomprensible al constatar que se cuenta con extraordinarios recursos naturales, incluyendo aproximadamente 58 millones de ha aptas para la agricultura vegetal, forrajera y forestal; más de 50.000 m³ de agua dulce reciclable/persona/año y con las segundas reservas mas altas de roca fosfórica en el continente. Se cuenta además con una inmensa riqueza petrolera y gasífera que generan enormes recursos financieros que deberían utilizarse para construir las infraestructuras que soporten el desarrollo agrícola y el desarrollo rural. Pero no ha ocurrido así, al contrario, se continúa privilegiando la importación masiva de todo género de automotores, bienes suntuarios y bebidas alcohólicas. La clase dominante ha abandonado la agricultura y el medio rural creando agudos problemas que han resultado en una acelerada migración campesina, contándose hoy en día con sólo el 8,8% de la población económicamente activa ocupada en agricultura, el área cosechada por habitante de 2600 m² en 1950 se reduce a escasos 740 m² en la actualidad; el uso del riego, los fertilizantes, las semillas certificadas y los biocidas es marginal, y también lo es la atención que se presta a la investigación y la extensión agrícola. En dos libros publicados por Montilla 1999 (6) y por Montilla et al 2003 (9), titulados "Agricultura para el Desarrollo Humano. Una Propuesta para el Próximo Siglo" y "Agricultura, Base para el Progreso", respectivamente, se presenta un plan agrícola que permitiría, si se asumieran como políticas de Estado, alcanzar en un lapso de 18 años la suficiencia alimentaria con base en la agricultura nacional, tal como lo han logrado los países desarrollados y como lo pauta la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Los elementos básicos para una agricultura exitosa están constituidos por el hombre en primer lugar, el sol, el aire, las tierras, el agua y los insumos básicos: irrigación, mecanización y fertilización, además de las semillas certificadas y los biocida.
Como lo ilustran Montilla et al. 2003 (9) en la Figura 1, el incremento de la población venezolana ha experimentado cambios abruptos entre 1904 y 1999. En los primeros veinte años del lapso, la Tasa Interanual Promedio de Crecimiento Demográfico (TIPCD) fue de sólo 0,7%. En los veinte años siguientes la TIPCD se elevó a 1,7%, quizás producto de la culminación de las guerras intestinas y de los avances obtenidos en los programas de vacunación y control de las endo, hemo y ectoparasitosis. Un incremento vertiginoso de 5,58% ocurre en las dos décadas subsiguientes, a lo cual contribuyeron adicionalmente los programas preventivos de salud, las mejoras en la educación y una fuerte inmigración tanto europea como latinoamericana. En los veinte años posteriores, el aumento poblacional continúa siendo muy alto, no obstante una reducción de 20,2% (4,5% TIPCD) respecto de las dos décadas anteriores: la inmigración europea prácticamente se ha interrumpido aunque sigue siendo fuerte la procedente de países latinoamericanos. Entre 1984 y 1994, la TIPCD baja a 2,8%: la inmigración en general se ha reducido marcadamente y algún efecto debe haber ejercido la educación, aun con sus limitaciones cuantitativas y cualitativas; y el control voluntario de la natalidad por parte de la población. Como se observa en la misma Figura 1, entre 1994 y 1996, la TIPCD baja a 2,18% y luego a 2,1% entre 1995 y 1996, valor en el cual se mantiene hasta 1999.
Por otra parte, la Figura 2 muestra que, mientras la población total en Venezuela creció de cerca de 5 millones de habitantes en 1958 a 24 millones en el año 2001, la población rural, en ese mismo lapso, se mantuvo prácticamente inalterada en aproximadamente 3 millones de habitantes, lo cual ha conllevado a que en la actualidad mientras en Europa el 8,2 % de la población económicamente activa se dedica al trabajo agrícola, en Venezuela lo hace solo el 8,8 % de la población (9), lo cual, sin duda, constituye una aberración.
Lo anterior sugiere que Venezuela requiere con urgencia definir una política emográfica que permita que para el año 2018, la TIPCD del país no supere el 0,75 %. Al mismo tiempo, es necesario propender a un fuerte incremento de la población rural hasta alcanzar para el año 2018 unos 7 millones de habitantes ubicados en esas áreas. Sin embargo, para alcanzar esta última meta es necesario, como un objetivo impostergable, la industrialización de la agricultura mediante la construcción de todas las infraestructuras requeridas para la producción agrícola, y la intensificación del uso de los insumos tecnológicos y la urbanización del medio rural
En el Cuadro 4, se resume la cantidad de tierras, por regiones y el total nacional, aptas para la agricultura vegetal. Se observa que el país cuenta con 19, 3 millones de hectáreas para tal agricultura, distribuidas en distintos grados de preservación o clases. De acuerdo con Montilla 1999(6) y a PALMAVEN/MAC 1990 (14), el país dispondría también de 21,5 millones de hectáreas aptas para la agricultura forrajera. Por otra parte, se considera que existen unos 16 millones de hectáreas que podrían destinarse, fundamentalmente, a la agricultura forestal.
Es necesario enfatizar que, tal como ocurre con mucha frecuencia, las tierras pueden presentar una o varias limitaciones naturales para la actividad agrícola vegetal, animal o forestal; por ejemplo en el caso de Venezuela existen serios problemas de infertilidad debido a deficiencias de fósforo, por acidez de los suelos y por balance hídrico negativo durante períodos relativamente largos durante el año. También, la materia orgánica de los suelos suele ser escasa. Afortunadamente, para solucionar estas limitaciones, se cuenta con una de las principales reservas de rocas fosfóricas del mundo y las segundas en América Latina. También son importantes, aunque no están plenamente evaluadas, las reservas de calcio y magnesio. Además el país cuenta con una importante y creciente industria de producción de fertilizantes nitrogenados y azufrados. No se cuenta con reservas conocidas, económicamente explotables, de potasio, elemento que habría que importar, al igual que algunos microelementos. Lo anterior permite afirmar que, en general, las limitaciones para el éxito agrícola en Venezuela no radican en la escasez de tierras. Sin embargo, es necesario tener presente que los suelos son un preciado bien de la naturaleza, y que como tal deben ser manejados inteligentemente, no sólo para no degradarlos, sino tratando de que el uso mejore su condición. Su utilización debe hacerse bajo el sabio precepto según el cual: "no heredamos el suelo de nuestros padres, sino que lo tomamos prestado de nuestros hijos".
En realidad, el verdadero problema de la tierra en Venezuela está constituido por la anómala situación de la tenencia, lo cual data desde hace siglos, quizás desde siempre. Lo anterior es ratificado por los resultados del Censo Agrícola realizado en 1997 (15), tal como se presenta en el Cuadro 5.
Cuando la agricultura se realizaba (y se realiza todavía en muchas áreas), más como una actividad destinada al consumo propio, y alguno que otro excedente era dirigido al consumo de las pocas pequeñas ciudades existentes, la necesidad de intensificar los procesos agrícolas no era un imperativo. Más aún, la disponibilidad relativamente abundante de tierras permitía dejar descansar los lotes que se trabajaban, logrando así que el carácter dinámico del suelo restituyera un adecuado balance de nutrimentos y sirviendo también como recurso para el control de plagas y enfermedades. Para este tipo de agricultura solamente el riego y cierto grado de mecanización, generalmente con tracción animal, además de las semillas y herramientas tradicionales, constituían los insumos necesarios. Con el advenimiento de las grandes concentraciones urbanas, conformadas bajo el estímulo del crecimiento industrial en los países desarrollados y por otras motivaciones adicionales, en los subdesarrollados, se hace obligante la intensificación de los procesos productivos agrícolas. Surge - como una necesidad impostergable – la masificación del uso de insumos tecnológicos que, aplicados racionalmente, además de incrementar la respuesta productiva, aumentan la rentabilidad de la tierra, del trabajo y del capital, contribuyendo además con la preservación e inclusive con el mejoramiento de los recursos naturales fundamentales: tierra, agua y aire Montilla 1992 (16).
En una agricultura moderna, en cuyo diseño y estrategias se haya acertado, especialmente en la escogencia de cultivos ecológicamente adaptados y con elevada capacidad productiva biológica y agrícola, se hace necesaria la utilización armónica de los insumos tecnológicos fundamentales. En consecuencia, a la definición de una estrategia agrícola, en concordancia con los ecosistemas, es necesario agregar la importancia de contar con una provisión de insumos adecuados en calidad, cantidad y oportunidad. En este sentido, por su trascendencia e impacto económico, resaltan los fertilizantes, la mecanización, el riego y la electricidad. Estos y otros insumos requeridos para el proceso de modernización y racionalización de la agricultura, deben ser producidos casi en su totalidad en nuestros países, porque tal como afirma Amin 1981 (17): "No hay progreso rural sin industrias que lo apoyen y que suministren los insumos necesarios para intensificar la producción agrícola. Estos insumos no pueden venir del Norte, importación mediante. Ello se debe a que los precios de dichos insumos en relación con la producción que habría que exportar para pagarlos, son de tal magnitud, que la modernización e intensificación de la agricultura no resultarían rentables".
Por otra parte, se necesita también el aparato industrial que procese los productos agrícolas crudos, para lograr el mejoramiento de su calidad, la prolongación de su vida útil y la facilitación de su comercialización y el acceso a los consumidores. Se plantea así la necesidad de reorientar el esfuerzo industrial, para que esté en condiciones de proveer los insumos tecnológicos requeridos para los procesos productivos agrícolas; los equipos y materiales necesarios para la construcción de una infraestructura que soporte el desarrollo de una agricultura moderna que garantice condiciones de vida digna en el medio rural y para procesar, cuando sea necesario, los productos derivados de la agricultura (9).
Como se aprecia en el Cuadro 6, Venezuela solo ha avanzado, de manera importante en los últimos 30 años en la fuerza de mecanización agrícola, teniendo en la actualidad 14 tractores por cada 1000 hectáreas de agricultura vegetal, pero siendo muy baja la utilización de fertilizantes químicos y la superficie regada.
Seria muy extenso y no se cuenta con la información necesaria para discutir en detalle la situación de las infraestructuras requeridas para el desarrollo agrícola y el desarrollo rural: sistemas de riego y de saneamiento de tierras, vialidad, electrificación, comunicaciones, salud, educación y esparcimiento, entre otras; pero sí es necesario recalcar que, en este sentido, el país padece un grave atraso ya que ningún gobierno, desde la conformación de Venezuela como país, exceptuando el período 1948-1958, ha abordado esta problemática con propiedad. En el país se sigue privilegiando la construcción de infraestructuras en las áreas urbanas y especialmente en la zona centro-norte-costera. Esta situación, es decir, la postergación del urbanismo rural y las obras básicas para el desarrollo agrícola, en contraste con los ingentes recursos que se invierten en las áreas urbanas, aceleran la migración del campo hacia las grandes aglomeraciones urbanas con las consecuencias referidas anteriormente al tratar la cuestión poblacional.
Considerando la situación expuesta anteriormente y sus dramáticas consecuencias en el status nutricional del venezolano, Montilla et al 2003 (9) han propuesto la necesidad de incrementar la disponibilidad de alimentos en Venezuela de forma tal que permita alcanzar aportes equivalentes a 3.000 kcal y 80 g de proteína por persona por día, considerando las diferencias e iniquidades en la capacidad adquisitiva de la población (Cuadro 7).
Nota: Para los cereales se emplea como factor de desecho el promedio de los valores publicados por varios autores para diferentes cereales. En las raíces y tubérculos, hortalizas, frutas y huevos, se aplica el promedio de los más consumidos de acuerdo con información del INN (1994). (*) En carnes, mariscos y pescados no se aplica el factor porque varía mucho según las especies, cortes y grado de cebamiento; se presentan como cantidad de carne en canal y de capturas pesqueras.
El Cuadro 8 muestra los requerimientos anuales de alimentos para consumo humano directo y en el Cuadro 10 se muestra la evolución cuantitativa con los drásticos cambios que deberían ocurrir para los años 2006, 2012 y 2018 en los diferentes rubros que conforman la dieta, especialmente en lo referente a cereales, raíces y tubérculos, hortalizas, frutas, carne de aves, carne de cerdo, huevos, pescados y mariscos y leche.
Para lograr las metas indicadas en los Cuadros precedentes seria necesario alcanzar los rendimientos propuestos para cada rubro y las ha cosechadas en las proporciones indicadas en al Cuadro 10.
Es importante señalar que para la construcción de la infraestructura requerida para la industrialización de la agricultura y la urbanización del medio rural, se requiere una inversión media anual de aproximadamente $1500 millones, por parte del estado venezolano durante un período de tiempo de aproximadamente 20 años (6).
Para el logro de los objetivos planteados para el año 2018, resulta indispensable el incremento gradual de los insumos básicos, en el siguiente orden:
Por otra parte, es necesario comprender que no solo se requiere conceptualizar teóricamente un modelo de agricultura sustentable; ésto tiene que estar aunado a un modelo de desarrollo rural que incluya:
En definitiva, resulta indispensable industrializar la agricultura y urbanizar el medio rural, para así dar cumplimiento a lo pautado en el Articulo 305 de la Constitución que, textualmente, señala:
"El Estado promoverá la agricultura sustentable como base estratégica del desarrollo rural integral, a fin de garantizar la seguridad alimentaria de la población, entendida ésta como la disponibilidad suficiente y estable de alimentos en el ámbito nacional y, el acceso oportuno y permanente a estos por parte del público consumidor. La seguridad alimentaria se alcanzará desarrollando y privilegiando la producción agropecuaria interna..."