La Soberanía Alimentaria se plantea como una alternativa estructural y política sobre el modelo agroindustrial actual, ampliando los contenido del discurso y el alcance de su término predecesor de Seguridad Alimentaria a dimensiones que sobrepasan los ámbitos oficiales de gobiernos y ONGs. Los epitesmos de esta propuesta buscan una oferta más honesta de alimentos para con la salud y la cultura alimentaria del consumidor, rescatando el comercio justo para estimular al campesino a permanecer en los espacios rurales y comprometerlo a ser garante de prácticas agronómicas de menor impacto ambiental. Llevar a la práctica estas políticas de Soberanía Alimentaria suponen un gran reto, que es posible solo si consumidores y productores, reconociéndose como los verdaderos protagonistas de la cadena agroalimentaria, se organizan en la búsqueda de identificar e integrar sus objetivos y acciones para impulsar cambios, desde abajo, en la formas actuales de producción y distribución de los alimentos. An Venez Nutr 2016; 29(2): 81-87.
Palabras clave: Soberanía alimentaria, consumo responsable, agroecología, mercados campesinos.
Food Sovereignty is proposed as a structural and political alternative to the current agroindustrial model, expanding the content of the discourse and the scope of its predecessor term of Food Security to dimensions that surpass the official spheres of governments and NGOs. The epithets of this proposal seek a more honest supply of food for the health and food culture of the consumer, rescuing the fair trade to encourage the peasant to stay in rural areas and commit to be a guarantor of agronomic practices with less environmental impact. Implementing these Food Sovereignty policies is a major challenge, which is possible only if consumers and producers, recognizing themselves as the true protagonists of the agri-food chain, are organized in the search to identify and integrate their objectives and actions to drive changes, From below, in the current forms of production and distribution of food. An Venez Nutr 2016; 29(2): 81-87.
Key words: Food sovereignty, responsible consumption, agroecology, peasant markets.
Solicitar correspondencia a: Jesús Ekmeiro Salvador, email: jekmeiro@gmail.com
Soberanía Alimentaria es el término que más recientemente ha irrumpido dentro del discurso sobre la persistencia e incremento de la malnutrición, pobreza, dependencia alimentaria y en el diseño de estrategias para su erradicación. Al no provenir del ámbito académico ni diplomático, quienes históricamente han sistematizado este tipo de propuestas a través de las grandes organizaciones internacionales enfocadas en salud y calidad de vida de la población mundial, sino de organizaciones campesinas y plataformas ciudadanas en busca de alternativas más saludables y equitativas al sistema actual de producción y acceso a los alimentos, la propuesta ha logrado gran notoriedad y permeado a espacios políticos que la han consolidado como una opción, real y técnica, a considerar sobre el “deber ser” de la cadena agroalimentaria que sostiene la vida en el planeta.
Aunque comparte muchos de los objetivos con su concepto precursor de Seguridad Alimentaria y es una herramienta fuertemente vinculada al logro del Derecho a la Alimentación, la Soberanía Alimentaria se ha desarrollado a partir de unas premisas y en torno a unas propuestas muy diferentes, que particularizan su definición. Resulta importante aclarar si los tres términos representan diferentes visiones o enfoques de la lucha contra la malnutrición o si pueden ser vistos como formas complementarias de describir y buscarle soluciones. Es importante definir cuidadosamente y reconocer el alcance de cada término para poder visualizar si estas tres políticas podrían utilizarse de una forma complementaria, o si reflejan visiones contradictorias sobre los mismos problemas.
La política más antigua es el Derecho a la Alimenta-ción, reconocido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948 y luego incluido en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1976. Está considerado como uno de los derechos de segunda generación que, a diferencia de los de primera generación (civiles y políticos) que sólo requieren de una sociedad determinada en no interferir en el derecho de cada individuo, si exigen disponer de cuantiosos medios económicos para garantizarlos, y por ello sólo podrían satisfacerse gradualmente de acuerdo al momento histórico y a las posibilidades de cada Estado. Está descrito como “el derecho de todo hombre, mujer o niño, ya sea sólo o en común con otros, de tener acceso físico y económico, en todo momento, a la alimentación adecuada o a medios para obtenerla de formas consistentes con la dignidad humana” (1), haciéndose crucial que los Estados dispongan de leyes y programas con los cuales las personas puedan hacer realidad su derecho. Este estándar de interpretación del Derecho a la Alimentación adecuada ha sido apoyado en la mayoría de sus elementos por los miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO), tras la presión de muchas organizaciones de la sociedad civil, cuyo consejo en 2004 adoptó las “Directrices Voluntarias en apoyo de la realización progresiva del derecho a una alimentación adecuada en el contexto de la seguridad alimentaria nacional”. Así, el Derecho a la Alimentación adecuada es una herramienta con una gran ventaja, la de estar basada en una legislación internacional existente; por lo que puede ser un elemento decisivo en la defensa de comunidades oprimidas y de grupos e individuos necesitados. Sin embargo, cuando se trata de derechos económicos, sociales y culturales, las actuales debilidades emanan del hecho de que los jueces y los tribunales en muchos países todavía no conocen lo suficiente sobre los mismos.
El término Seguridad Alimentaria fue desarrollado en el contexto de las agencias especializadas de la ONU que tratan con la alimentación y la nutrición. Su actual definición, acordada en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996 es amplia: “se dice que existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimentarias y sus preferencias en cuanto a los alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana” (2). Desde un inicio se aclaró que para asegurar ese acceso a los alimentos los países que presentaran dificultades en su oferta nacional interna deberían tener “potencialmente” facilidades para importaciones de alimentos básicos. Pero al poco tiempo se comenzó a cuestionar el alcance de esta política que dependía de una “seguridad alimentaria nacional” cuyo concepto es bastante diverso entre los diferentes países; por lo que para muchos expertos las definiciones de “seguridad alimentaria individual” o “seguridad alimentaria de los hogares” resulta un criterio mucho más útil y manejable. En la literatura académica actual los determinantes de la Seguridad Alimentaria se encuentran descritos en una forma bastante parecida a la definición del Derecho a la Alimentación: “acceso físico a nivel nacional, acceso físico a nivel local, acceso económico, acceso social, calidad e inocuidad de la alimentación, acceso fisiológico, riesgo de la pérdida al acceso” (3), enfocándose predominantemente en el acceso del individuo a la alimentación general y a la compra de alimentos. Por ello, la Seguridad Alimentaria es, en gran medida, la definición de un objetivo más que la de un programa con políticas específicas. Significa un estado deseable de asuntos por los cuales los gobiernos dicen estar trabajando, sin embargo, no están claros los mecanismos jurídicos vinculados a estas obligaciones en la mayoría de los países, de manera que pudiera ser utilizado por los que padecen malnutrición para defenderse de la destrucción de su acceso a la alimentación ocasionada por terratenientes, empresas trasnacionales, autoridades estatales, etc. Por el contrario, mucho más pragmáticas resultan las políticas tanto del Derecho a la Alimentación como la de Soberanía Alimentaria, cuyos debates actualmente se concentran en el acceso y control real de la gente sobre los recursos necesarios para producir alimentos (4).
Tanto el Derecho a la Alimentación como la Seguridad Alimentaria plantean acciones enmarcadas dentro de la legalidad internacional y los acuerdos adoptados por la Organización Mundial del Comercio (OMC). En una época donde la liberalización económica y la expansión de los mercados ha incidido fuertemente en los precios, y finalmente en el acceso de las personas a los alimentos, la FAO supedita sus propuestas a los pilares principales de acción de la OMC: mercados, ayudas internas y aranceles; por lo que se puede considerar entonces, las propuestas de Seguridad Alimentaria y Derecho a la Alimentación como herramientas técnicas que van en absoluta consonancia con el modelo de desarrollo occidental y globalizante dominante. Sin embargo, la Soberanía Alimentaria es una propuestas de políticas muy precisas, con proponentes y actores que reclaman ajustes pragmáticos sobre los fracasos de ese modelo globalizador. Por lo tanto, el ámbito de estos tres términos no es estrictamente comparable debido a sus diferentes naturalezas. Lo que puede compararse y contrastarse son las consecuencias políticas que podrían darse como resultado de la implementación de los diferentes conceptos desarrollados hasta la fecha (5).
La Soberanía Alimentaria busca, por tanto, ampliar los aspectos técnicos , políticos y el contenido del discurso de la Seguridad Alimentaria a dimensiones que sobrepasan los ámbitos oficiales de gobiernos y ONGs que históricamente han protagonizado la consecución de la misma; y reivindica tanto a los productores agrícolas como a los consumidores concienciados en materia de ecología y alimentación saludable, como los verdaderos protagonistas de la creación de las nuevas políticas enfocadas en las características reales de los espacios donde habitan y producen sus alimentos. La Soberanía Alimentaria puede considerarse, en resumen, como un claro marco político para generar una nueva cadena agroalimentaria que prioriza la salud del planeta, y la nutrición de sus habitantes.
Nuestro modelo agroalimentario actual tiene su origen a mediados del Siglo XX, cuando los avances en la investigación en agronomía permitieron un incremento masivo de la productividad agrícola, particularmente en EU. Y con el fin de acabar con el hambre en el mundo, durante las siguientes décadas fueron introducidas y rápidamente difundidas en Asia y Latinoamérica, en mucho menor grado en África, todo este nuevo modelo tecnológico llamado Revolución Verde basado en el conocimiento científico y edificado sobre tres pilares fundamentales: semillas híbridas estándar o variedades de alto rendimiento (VAR), agroquímicos de síntesis y mecanización del trabajo agrícola. En los países ricos esto supuso en la práctica una sustitución total del modelo productivo y social campesino por un nuevo modelo llamado “agroindustrial”. Pero en los países de la periferia la penetración del modelo fue muy desigual, no logrando homologar internamente los nuevos esquemas de industrialización del campo.
Con el tiempo, este modelo de producción resultó extraordinariamente efectivo en el aumento de la productividad agrícola y ganadera, pero no acabó con el hambre, que ahora persiste acompañada de una pandemia de obesidad y una gran cantidad de consecuencias ambientales y socioeconómicas:
Frente a este modelo de agricultura y alimentación que parece ya no resultar adecuado para las necesidades de un planeta en crisis al entrar al Siglo XXI, se plantea un nuevo modelo denominado Soberanía Alimentaria, que redefine la cadena alimentaria buscando devolverle al consumidor la capacidad de controlar y decidir lo que va a comer, por encima de los intereses económicos de los grandes productores agroindustriales y sus respectivos gobiernos aliados.
El concepto Soberanía Alimentaria surgió de la mano de la organización mundial Vía Campesina, movimiento internacional que coordina 164 organizaciones campesinas, pequeños y medianos productores, mujeres rurales, comunidades indígenas, gente sin tierra, jóvenes rurales y trabajadores agrícolas migrantes de 73 países; cuando en noviembre de 1996 en el marco de la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria en Roma, se presentó el documento “Soberanía Alimentaria, un Futuro sin Hambre”. Este concepto poco a poco fue ganando más importancia, y en 2002 fue el tema principal del foro ONG paralelo a la Cumbre Mundial de la Alimentación de la FAO (6). Pero en 2012 la FAO acepta debatir el concepto de Soberanía Alimentaria como herramienta para lograr la Seguridad Alimentaria: “derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos que garanticen el derecho a la alimentación para toda la población, con base en la pequeña y mediana producción, respetando sus propias culturas y la diversidad de los modos campesinos, pesqueros e indígenas de producción agropecuaria, de comercialización y de gestión de los espacios rurales, en los cuales la mujer desempeña un papel fundamental” (2).
Se plantea como una alternativa estructural y política sobre un modelo agroindustrial ampliamente cuestionado. El actual modelo de agricultura no ha erradicado el hambre dentro de un mundo de la abundancia de la comida, y donde todos los días se tiran como basura toneladas de alimentos. Es un sistema que hace que los campesinos tengan que abandonar el campo, y es además un modelo que trata alimentar a la gente con productos de baja calidad, con productos que en muchos casos técnicamente no se debería denominar “alimentos”. Actualmente quien homologa los patrones de consumo de alimentos a nivel mundial son un puñado de empresas multinacionales que monopolizan el sistema agroalimentario, desde el mercado de las semillas, la transformación de los alimentos, hasta su distribución en los supermercados y restaurantes. Lo prioritario para la mayoría de estas empresas son los márgenes de ganancia económicos al hacer negocio con la comida, en vez de privilegiar la calidad natural del producto y las verdaderas necesidades nutricionales de la población. El modelo actual ha convertido a los alimentos en una mercancía, por lo que la Soberanía Alimentaria y la Agroecología que es su epistemo medular, pretenden ofrecer una alternativa más justa y sostenible.
Los fundamentos de esta propuesta buscan una oferta más honesta de alimentos para con la salud y la cultura alimentaria del consumidor, rescatando el comercio justo para estimular al campesino a permanecer en los espacios rurales y comprometerlo a ser garante de prácticas agronómicas de menor impacto ambiental. La Soberanía Alimentaria incluye:
Llevar a la práctica estas políticas de Soberanía Alimentaria suponen un gran reto, que es posible solo si consumidores y productores, reconociéndose como los protagonistas de la cadena agroalimentaria, se organizan en la búsqueda de identificar e integrar sus objetivos y acciones a través de una comunicación directa, evitando intermediarios. Cambiar la forma en que se distribuyen los alimentos implica:
La Soberanía Alimentaria se construye desde las bases sociales, empoderándose las personas “de a pie” en iniciativas que les permitan participar activa y conscientemente dentro de la cadena alimentaria, el reto está en que estas iniciativas a nivel local sean accesibles al conjunto de la población. Y para conseguirlo son necesarios e imprescindibles cambios, cambios individuales en la toma de consciencia sobre lo que implica personal y colectivamente la Soberanía Alimentaria, y también cambios políticos que se vayan ajustando a la sustentabilidad del nuevo modelo agrícola y alimentario que la comunidad organizada va planteando como su propia alternativa.
En los últimos años se han dado una serie de escándalos alimentarios, el más reciente el de la adulteración y “maquillaje” de carne bovina y aviar en mal estado por parte de varias empresas brasileñas que usaban ácidos y otros productos, en algunos casos cancerígenos, para disimular las características físicas del producto podrido y su olor, y que han ido encendiendo las luces a la población; y no sólo los brasileños han comenzado a preocuparse por la carne que consumen pues estos productos eran de exportación regular a la Unión Europea, Estados Unidos, China y Chile, lugares donde cada vez más gente toma conciencia sobre estos temas y empiezan a buscar alternativas a los ya demasiado frecuentes excesos de la industria alimentaria.
Por eso, recientemente hemos observado cómo en muchos países han surgido experiencias espontáneas entre ciudadanos al organizar grupos de consumo, huertos urbanos, neocampesinado periurbano y otras muchas iniciativas, enmarcadas dentro de las acciones de Soberanía Alimentaria como otro modelo más sano de producir, procurarse y consumir alimentos. En Argentina las ferias francas de Misiones constituyen unas de las primeras experiencias que promoviendo las producciones agrícolas locales y familiares han construido un entramado social que se apoya en la producción de alimentos, el encuentro directo entre el productor y el consumidor, la recuperación de saberes y tecnologías apropiadas y agroecológicas. La primera experiencia de feria franca fue en Oberá en el año 1995, pero luego la iniciativa fue extendiéndose y asumiéndose en diferentes localidades de Misiones, como también por diferentes organizaciones y regiones del país. Del mismo modo, se han creado redes de comercio justo ligadas a movimientos campesinos, como el caso de la Red de Comercio Justo de Córdoba que nace en 2002 para vender productos campesinos en la ciudad y así evitar una relación injusta con los intermediarios (14). Se corresponde también con la experiencia venezolana de la Comuna Alto Tuy, comunidad periurbana ubicada en el Estado Aragua; donde ante la necesidad de “transformar” las estructuras vinculadas a los sistemas agroalimentarios asienta más de 1605 familias, entre pequeños parceleros y familias introducidas de diferentes partes del país, para generar una práctica agrícola de transición, con un modelo productivo de cooperación social que apuntalan la biodiversidad y la sustentabilidad de un sistema agroalimentario que considera la agroecología como ciencia base (15 ).
Pero en contraposición, también en los últimos tiempos se ha observado como las empresas que participan dentro del modelo agroindustrial defienden su espacio, vistiéndose de “verde” o de “ecológicas” para tratar de ganarse ese nicho del mercado creciente, donde los productores cuidan sus espacios de labranza bajo conceptos de agroecología y los consumidores priorizan su alimentación en función a la calidad nutricional; pero que en realidad no buscan cambiar el modelo agroalimentario, sino que simplemente es una estrategia más de marketing corporativo.
A manera de conclusión, en Soberanía Alimentaria cambiar las cosas implica más que un discurso gubernamental, un profundo cuestionamiento personal sobre nuestros hábitos de consumo. Nuestra existencia tiene de manera natural un carácter “extractivo” sobre el planeta, y usar sus recursos sin agotarlos ha dejado de ser una opción para convertirse en una necesidad, un requerimiento fundamental para garantizar la vida futura sobre él tal cual como la conocemos ahora. Internalizar que seguramente podemos vivir igual o mejor, con menos; y modelar para promover cambios reales en nuestros estilos de vida a las generaciones venideras, representan un gran reto para esta humanidad a la que le cuesta mucho abstraerse de los inmediatismos y la visión de corto plazo que lamentablemente resulta lapidaria para los ecosistemas y su sustentabilidad.
Recibido: 19-07-201
Aceptado:23-10-2017