Solicitar correspondencia a: Gladys Velásquez, email: glavel08@gmail.com
Sres. Miembros de la Junta Directiva de la SVPP, compañeros galardonados en el día de hoy, distinguidos invitados especiales, compañeros Pediatras, amigos todos.
Hoy me siento muy honrada al recibir la orden que lleva el nombre de un insigne pediatra venezolano, el Dr. Gustavo H. Machado, y más aún, por la hermosa coincidencia con el 80 aniversario del Hospital de Niños José Manuel de los Ríos, “el JM”, del cual el Dr. Machado fue cofundador. Hospital en el que hemos desarrollado nuestra vida profesional o por lo menos parte de ella, todos los galardonados en el día de hoy
Aprovechando esta coincidencia extraordinaria con el cumpleaños del Hospital y la licencia de poder hacer “un dibujo libre”, me tomo la libertad de relatarles brevemente mi vivencia en la institución, que posiblemente se parece a la historia de muchos de los aquí presentes; esto no lo hago con fines autobiográficos, sino para refrescar nuestra memoria sobre lo que ha sido este Hospital y honrar a personas que desde mi perspectiva, han sido sus pilares fundamentales y ductores importantes de mi formación.
Me gradué de médico el 9 agosto de 1968 y aún estaba en el proceso de asimilación de mis nuevas responsabilidades, con el impulso de esconderme si alguien en la familia o en el vecindario se enfermaba, cuando recibí una llamada de nuestro querido Dr. Cecilio Rodríguez, quien en el lenguaje que le caracterizaba, me dijo: “Catira, ¿tú no dijiste que quieres ser pediatra?, ¿Qué haces en tu casa?”. Al día siguiente yo estaba en el Hospital, con el honroso cargo de “Interno Voluntario”, que era la forma tradicional de ingreso, e iniciaba mi formación en el Servicio de Medicina 6. Este servicio contaba con un equipo humano de excelencia: “el negro Cecilio”, con su estilo irreverente y su profundo compromiso social, Jaime Barboza con su ponderación y su gran capacidad docente, Darío Rivero, parco, pero muy preciso al emitir sus opiniones y el Dr. Simón Gómez Malaret, un gran catedrático de formación europea, profundo en sus disquisiciones y a quien nadie se atrevía a contradecir.
En enero de 1969 ya formaba parte del Postgrado de Puericultura y Pediatría del Hospital, que recuperaba su carácter universitario luego de una primera cohorte 1959-1961, en la cual se formó un grupo de excelentes pediatras; la mayoría de estos se habían incorporado a los Servicios de Medicina como Adjuntos y se desempeñaron durante muchos años como los profesores del postgrado. En marzo de 1971 me estaba graduando en este mismo auditorio, con toga y birrete, porque la Universidad Central concedió el privilegio de realizar el acto académico en la sede; para entonces, me graduaba también de mamá.
Durante muchos años fui Médico Adjunto del servicio de Medicina 1 con el Dr. Ramón Jaimes a la cabeza; de él aprendí su “calma y cordura” y a utilizar la propia capacidad analítica como herramienta fundamental para llegar al diagnóstico; nos reuníamos semanalmente con nuestros vecinos de Medicina 2 y solíamos presentar los pacientes más complicados de ambos servicios; esto me permitió complementar mi aprendizaje, con el abordaje fino y erudito de los casos clínicos, que caracteriza a la Dra. Gloria Yamín.
Recuerdo también de mi paso por los servicios de Neonatal y Medicina 7, las revistas con el Dr. Armando Sucre, su discreta sabiduría, su parsimonia y su experto juicio ante un neonato enfermo.
Al año siguiente del grado me incorporé a la Cátedra de Pediatría de la Universidad Central, de la mano del Dr. Francisco Castellanos, a quien considero mi gran maestro en las lides de la docencia y el gran planificador y gerente de la enseñanza de la Puericultura y la Pediatría en el Hospital, tanto en Pregrado como en Postgrado. Bajo su conducción fuimos considerados la Cátedra más organizada de la Escuela Vargas, y con orgullo puedo decir que lo ha seguido siendo hasta la administración de Olga Figueroa, mi querida alumna y compañera en el homenaje de hoy, y estoy segura lo seguirá siendo con Liliana Núñez, quien se estrena en esta función, porque la cátedra tiene un carisma especial para atraer gente buena, capaz y responsable. Ante el panorama actual del Hospital, luce como un “oasis en el desierto”. Creo que nunca se han reconocido suficientemente los méritos del Dr. Castellanos y, debería existir una orden “Francisco Castellanos”.
En la cátedra me tocó compartir roles con personas que habían sido mis profesores, y a los que pude entonces apreciar mejor en su dimensión humana: el Dr. Fabio Zerpa mi tutor, Humberto Lattuff, Juan Briceño, Alberto Bercowsky y José Francisco, que se mantiene aún activo y rodeado de estudiantes. Tuve la suerte de trabajar en todos los niveles de Pediatría de pregrado y postgrado, con gente extraordinaria, que sería muy extenso nombrar y la experiencia de haber pasado por todos los cargos docente-administrativos.
Me enamoré de la Puericultura; considero que practicándola “como debe ser”, se evitan muchos sufrimientos y muertes y se genera un impacto muy positivo en la salud pública. “Las enfermedades y la muerte son batallas y derrotas, que muchas veces se han podido evitar”. Me enamoré en forma especial de la lactancia materna, la practiqué exitosamente y fue mi tema preferido por mucho tiempo. Junto a José Francisco y otras personas ganadas a la causa, tratamos de impulsarla dentro y fuera del hospital, creando incluso una ONG que llamamos ALAMA. Gracias a Dios, algunos de nuestros alumnos tomaron el testigo, y con mayor impulso y efectividad; es el caso de Yackelin Panvini quien se incorporó a los programas de la UNICEF y Evelyn Niño, fundadora de “Mi Gota de Leche”, que lleva muchos años en el hospital promoviendo y brindando asesoría en lactancia materna.
La Consulta de Niño Sano, asiento de la Puericultura, fue creada en 1971 por el Dr. Castellanos y mi apreciado compañero Jesús Velázquez, en un pequeño espacio adyacente a Cirugía Menor, con el propósito de enseñar Puericultura sin salir del hospital. Luego de conseguir un local propio en el tercer piso de la nueva torre de Consulta Externa, la consulta fue creciendo, y ampliando sus actividades de asistencia preventiva y docente. Se comenzaron a atender niños con patologías de base, de alto riesgo y con necesidades especiales de inmunización, que antes no contaban con este tipo de atención y se desarrollaron programas en alianza con diversas instituciones. Todo este esfuerzo la hizo acreedora de la condición de “dependencia institucional, regentada por la Cátedra”.
La coordinación de la Consulta fue Inicialmente rotativa, compartida con mis queridos compañeros: Ana Castellanos, María Cristina Millán, Iraida Torrens y Néstor Bustos (por las tardes), pero luego quedé fija y al jubilarme, esta responsabilidad pasó a las inmejorables manos de mis alumnas: María Esperanza Fuenmayor, Berenice Del Nogal, Gloria González, Yesenia Pérez, entre otras que sería muy largo enumerar, quienes han hecho de ella un ejemplo de atención integral del niño y un baluarte en inmunizaciones y educación sanitaria.
Las décadas de los 70 y 80 fueron una etapa de florecimiento para el Hospital, impulsado por un motor llamado Enrique Pérez Guanipa (QEPD) y la Fundación Patronato Hospital de Niños. Con la ayuda de muchas empresas públicas y privadas, se dotó de avanzados equipos y de insumos a los servicios y se enviaron muchos profesionales a capacitarse en instituciones de gran prestigio, dentro y fuera del país. Uno de ellos fue Enriqueta Sileo, quien a su regreso creó el Servicio de Medicina del Adolescente y promovió la aceptación de pacientes de este grupo etario, considerado anteriormente “tierra de nadie” (ni del pediatra, ni del internista), en todos los servicios de la institución.
Se mejoró el funcionamiento de muchos departamentos y servicios y se crearon nuevas subespecialidades: Ginecología Infanto-Juvenil, Oncología, Genética, entre otras, y además nuevos postgrados muy demandados por médicos y enfermeras de todo el país e incluso extranjeros. El Hospital se consolidó como centro de referencia nacional en Pediatría, particularmente en algunos campos como Cirugía Cardiovascular, Neurocirugía, Diálisis y Trasplantes renales, Enfermedades Oncológicas, Cuidados Intensivos, Quemaduras Severas, y más recientemente, VIH/SIDA.
También se realizaban actividades de extensión a la comunidad, ejemplo de ello es la consulta de Pediatría en el Barrio Los Erasos que condujo por 15 años la Dra. Mireya Pérez, con residentes de Pediatría y alumnos de pregrado.
Para esta misma época nace en el Hospital el pionero de los voluntariados: “Acción Voluntaria de Hospitales”, que luego se extendió por todo el país. A sus integrantes se les conoce como “las damas azules” o “los ángeles azules”. En esta organización ha militado durante 40 años Margarita Sanz, galardonada en el día de hoy con la Orden Lya Imber de Coronil, y coordinadora actual de esta sede.
Los años de la década de los 90 fueron tiempos muy difíciles, por la crisis política y económica que atravesó el país. Las limitaciones presupuestarias y los desajustes administrativos, afectaron el funcionamiento del Hospital y generaron protestas, de un personal altamente identificado con la institución. Se logró que la Gobernación del Distrito Federal otorgara al Hospital de Niños, al Hospital Vargas y a la Maternidad Concepción Palacios, la figura de “Servicio Autónomo”. Yo tuve el honor de formar parte del Consejo Directivo que lideró la institución desde septiembre de 1995 a noviembre de 1998, presidido por el Dr. Hans Römer, Jefe del Servicio de Gastroenterología, quien se propuso realizar una completa reorganización del Hospital.
El Dr. Römer asumió su papel con gran pasión y disciplina germánica, y nos hizo trabajar a todos a su ritmo, de sol a sol. Soy testigo, al igual que mis compañeros de equipo: Edgar Sahmkow, Ulianova Seijas, Rosa Jordán, Héctor Sanz, Nelson Ortiz, Alba Valero, entre otros, del inmenso esfuerzo que se hizo para llevar el Hospital a un óptimo y moderno funcionamiento. Me atrevo a decir, que fue el hospital que más avanzó con la autogestión, pero la falta de personalidad jurídica (como instituto autónomo) y posteriormente los cambios en la dirección política del país, impidieron el logro de todas las mejoras impulsadas. Esta es una etapa poco conocida de la historia del Hospital y un esfuerzo no valorado, especialmente en lo que respecta al Dr. Römer.
Por el contrario, la nueva administración, paralizó todo lo que se venía haciendo, y desapareció como por arte de magia, todos los documentos que soportaban planes, ejecuciones y convenios. Me tocó vivir la dolorosa experiencia de oír al primer director de la nueva gestión, egresado de uno de nuestros postgrados y en este mismo auditorio, que “antes de su llegada, nadie se había ocupado de este hospital”, dando al traste con todos los esfuerzos realizados en los 60 años anteriores. No hubo una sola voz que se alzara para contradecirlo, pero el tiempo y los hechos si lo hicieron.
No entraré en detalle sobre la involución del Hospital en los últimos años, porque está a la vista: el deterioro estructural con remodelaciones que se eternizan, las graves carencias de equipos e insumos y de personal capacitado, la disminución de camas activas y el cierre de servicios de hospitalización, los pabellones clausurados, colas interminables de pacientes en espera de atención o de cupo quirúrgico, muchos de los cuales se complican o “mueren en el intento”. Fallas de servicios básicos como electricidad, aguas blancas y aguas servidas, que interrumpen a cada rato las actividades. Postgrados cerrados o reducidos a su mínima expresión. Personal castigado por una pírrica remuneración, deterioro de sus condiciones de trabajo e inseguridad. Hurtos y violencia cotidianos a pesar de su “milicianización” (presencia de milicianos en todos los ambientes).
En los últimos años las penurias se han extremado. No solo mueren más niños por falta de tratamiento, sino que los niños pasan hambre en el Hospital, por la falta de fórmulas lácteas y comida. Donaciones privadas han paliado en parte esta situación, pero no ha sucedido lo mismo con las fallas de medicamentos e insumos médico-quirúrgicos. Las ofertas de ayuda de particulares y de organismos internacionales de socorro han sido rechazadas reiteradamente, para no admitir que estamos en situación de “crisis humanitaria”; ¡ una “careta” cuenta más, que la vida de los niños!.
Lo que sucede aquí, estoy segura que también ocurre, con sus propios matices, en las instituciones donde Uds. laboran, tanto de atención curativa como preventiva. Los Centros Materno-Infantiles y las Consultas de Puericultura han disminuido en número y calidad de atención y la merma en la cobertura de las vacunas, ha causado la reaparición o el repunte de enfermedades infecciosas antes controladas. Los pediatras que ejercen privado no tienen acceso a las vacunas y tienen que enviar a sus pacientes, que podría pagarlas, al sistema público de salud; esto ha reducido las oportunidades de los usuarios naturales de ese sistema con menor conciencia de la necesidad de vacunar a sus hijos.
Esta situación que nos llena de angustia, ha sido denunciada reiteradamente por la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría, debiendo reconocer la actitud valiente y persistente de nuestro presidente el Dr. Huníades Urbina y de los presidentes de otras filiales que se han expuesto, al hacer sus declaraciones ante los medios de comunicación.
Estamos en presencia de una flagrante violación de los derechos del niño, niña y adolescente consagrados en la LOPNNA, cuyo respeto esgrimen las autoridades del país, como uno de sus logros. CECODAP, ONG dedicada a la defensa de estos derechos, ha introducido ya cuatro recursos de protección ante diferentes tribunales, por el desabastecimiento de medicamentos esenciales para los niños, niñas y adolescentes, sin ningún resultado hasta los momentos.
Como ésta, otras organizaciones se han ocupado de este problema y han formado una coalición: la “Red por los Derechos Humanos de las Niñas, Niños y Adolescentes” (REDHNNA). Esta red emitió un comunicado en noviembre pasado, en el cual denunciaron las reiteradas amenazas y violaciones del gobierno nacional, no solo al derecho a la salud de los niños y adolescentes, sino también al derecho a la alimentación, la educación, la protección integral y la seguridad. Advirtieron además, sobre el impacto emocional que producen en ellos estas carencias y la violencia cotidiana y exhortaron al gobierno nacional a solventar la crisis, priorizando el interés superior de este grupo vulnerable, que constituye la tercera parte de nuestra población.
Mi nuevo amor es la Bioética, al punto que me hizo volver a las aulas universitarias. La Bioética me ha dado herramientas para analizar nuestro desempeño como médicos y más específicamente como pediatras. Siento decirles que mis conclusiones no son nada alentadoras: los pediatras también irrespetamos los derechos de los niños, niñas y adolescentes; lo hacemos cuando no los consideramos como “persona”, no nos comunicamos con ellos y no tomamos en cuenta sus opiniones y preferencias, cuando no consideramos su manera particular de ver el mundo y sus propios valores, cuando somos indiferentes ante la violencia y el abuso contra ellos, y así en muchas otras formas, y considero que la razón principal es la ignorancia, ya que nuestra formación académica es técnico-científica y muy poco humanística.
La Bioética me ha permitido también valorar con más certeza, la injusticia social de nuestro sistema de salud y la forma como irrespeta los derechos del paciente, en nuestro caso los derechos del niño y del niño enfermo, como también los de la familia y los nuestros como prestadores de salud.
La formación en Bioética es una tarea pendiente en nuestras escuelas profesionales, en nuestros postgrados y también en la formación continuada de nuestras instituciones sanitarias y sociedades científicas. Depende de nosotros, más que de las autoridades y en consecuencia, es nuestro deber formarnos y tomar la iniciativa. En el Hospital, la Cátedra de Pediatría lleva 12 años desarrollando un programa de formación en Bioética para sus residentes y los de otras especialidades, el cual les ha permitido conocerse mejor, compartir sus opiniones y experiencias y buscar solución a las situaciones difíciles que se presentan en su práctica diaria, mediante la deliberación y el consenso.
No quiero dejarlos hundidos en el pesimismo. Este Hospital sigue teniendo un contingente humano que se resiste al caos, que hace enormes esfuerzos por dar la mejor asistencia posible a sus pacientes, ingeniándoselas para sortear todas las carencias antes mencionadas.
Se siguen recibiendo residentes de todo el país y eventualmente del exterior, para formarse en nuestros postgrados y se hace un gran esfuerzo para no bajar los niveles de calidad. Se continúa haciendo investigación a pesar de las dificultades; la Comisión de Bioética a la cual pertenezco y la Unidad de Investigación coordinada por Ingrid Soto, otra querida colega galardonada en el día de hoy, no han bajado su nivel de exigencia al evaluar los proyectos que desarrollan cursantes de todos los postgrados y especialistas. En todos los niveles hay personal comprometido con la institución. Los representantes de los pacientes suelen diferenciar en sus quejas, el trato que reciben del personal y su interés por ayudarlos. El Hospital sigue siendo “la nave insignia de la pediatría nacional”, tripulada por verdaderos “héroes” y ¡tienen que seguir dando el ejemplo!.
Estoy segura que los colegas aquí presentes podrán llegar a conclusiones semejantes con respecto a sus propias instituciones, porque los pediatras siempre nos hemos distinguido por nuestra vocación de servicio y nuestro compromiso con los más vulnerables. Donde hay personas con esta condición, hay esperanza…. ¡Esperanza de recuperar nuestras Instituciones!. Les pido por favor que ¡no aflojen!, ¡no se desanimen!, ¡no se mimeticen con la mediocridad!, sigan trabajando con la misma disciplina y constancia, pues………, VENDRÁN TIEMPOS MEJORES. Muchas Gracias.