“Hay personas en el mundo que pasan tanta hambre
que Dios sólo puede aparecerse ante ellas
en forma de un trozo de pan”. Mahatma Gandhi.
La mujer en nuestro país, viene afrontando una crisis humanitaria compleja y prolongada que tiene un impacto destructor en la familia. La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI) 2017, muestra que la pobreza de ingreso es de 87 %, la inseguridad alimentaria de 80 %, el ingreso en 93 % de los hogares no alcanza para la comida, se reduce el tamaño de la ración y pierde calidad y cantidad, es decir, estamos en una alimentación de pocos, que conforma una situación de alta vulnerabilidad social. Según el Censo de 2011, 39 % de los hogares tienen jefatura femenina, siendo la madre quien lleva la pesada carga de mantener el hogar, lo que, en presencia de una situación de inseguridad política, social, económica y alimentaria severa, las consecuencia sobre las mujeres venezolanas son nefastas.
Las estrategias de sobrevivencia, como reducir la cantidad y calidad de las comidas, tienen efectos deletéreos sobre el estado de salud y nutrición de las mujeres, porque las madres y abuelas dejan de comer para alimentar a sus hijos. Entre los daños irreversibles que tienen como origen la desnutrición se encuentra el incremento de la mortalidad materna, que en Venezuela pasa de 72 a 127 muertes de madres por cada 100.000 nacidos vivos entre 2014 y 2016, según cifras del Ministerio del Poder Popular para la Salud, agravada por el deterioro en el control del embarazo, en la atención del parto y por el embarazo de adolescentes, que alcanza 25 % de todos los embarazos, muchas de ellas desnutridas, anémicas y con embarazos de alto riesgo.
En situaciones como la impuesta en nuestro país, el hambre infantil muchas veces se hereda, cada año nacen en Venezuela, aproximadamente cuarenta mil niños con bajo peso, debido a una nutrición inadecuada antes y durante el embarazo. En un estudio reciente, se observa que 33 % de los niños menores de 2 años de zonas pobres en todo el país, tienen retardo de crecimiento severo, debido a una desnutrición desde el vientre materno, que establece barreras epigenéticas a muy temprana edad en su crecimiento físico, desarrollo intelectual y de patologías crónicas.
En esta prolongada crisis, las mujeres no sólo son las que menos comen, consumen menos proteínas, permanecen 8 a 14 horas semanales en colas para rendir la compra de alimentos a precios regulados, pierden 8 kg de peso en el último año y, son receptoras del deterioro del sistema de salud. Son las madres quienes cuidan de sus hijas e hijos cuando están hospitalizados, en centros de salud públicos, con 70 % de escasez de insumos básicos y médico-quirúrgicos, 50 % de diminución de personal médico, 60 % de paralización de equipos de diagnóstico y tratamiento, y fallas constantes de energía eléctrica y agua, por lo que deben peregrinar para conseguir los medicamentos que sus hijos requieren.
Además, las venezolanas sufren por la falta de acceso a los anticonceptivos, a pruebas de detección y tratamiento precoz del cáncer de mama y cáncer cervicouterino, así como por la poca atención a la elevada tasa de infecciones por VIH entre las mujeres jóvenes. Son estas madres las que abrazan a sus hijos que emigran del país, luchan por los hijos presos políticos y lloran la muerte de sus hijos, víctimas de la violencia política y social.
La mujer venezolana siempre ha estado a la vanguardia de las conquistas sociales y políticas, y en estas lamentables circunstancias, unen sus esfuerzos al reclamo permanente de médicos, enfermeras y personal de salud, por el derecho a la salud y a la vida, que en un silencio cómplice, las autoridades eluden dar respuestas.