Una vez más debo expresar mi gratitud al pueblo de Sanare, ahora personificado en la Alcaldía. Pertenecer a título honorífico a este cuerpo municipal es una honra que debo aceptar con orgullo y satisfacción.
Cuando hace cincuenta y cinco años recorría yo a caballo los caminos que me conducían a los caseríos vecinos, varias veces mi pensamiento se recogió en la ambición de ser, no Ministro, ni Presidente de Estado, ni Rector, ni siquiera Alcalde (Jefe Civil le llamábamos entonces), sino concejal, es decir pueblo, representante popular, garante de los derechos de todos, ser al mismo tiempo, médico, maestro y cura, todo a la vez, y un poco padre, padrino y abuelo de todo Sanare.
¿Por qué quería ser yo concejal de Sanare? Por que mis ojos, mis oídos y mis manos no veían, ni oían ni tocaban otra cosa que miseria, enfermedad y sufrimiento en un pueblo humilde, enternecedoramente digno y merecedor de mejor suerte. Por eso quería yo ser concejal. No me bastaba ser médico, no era suficiente dar medicinas y atender moribundos, era necesario ser más, tener el poder de resolver los problemas de forma global, y tener también el poder de gritar en el Ayuntamiento que no era suficiente hacer lo posible, sino que teníamos que hacer que fuera posible lo que era necesario. Por eso quería yo ser concejal.
Ante el derrumbe inevitable del Comunismo en el Este europeo, muchos han pensado que ello supone el triunfo de la Ley de la Selva. Los que piensan así están en un grande error. Por mucho liberalismo que se quiera introducir en la vida económico-social de los pueblos, habrá siempre un frondoso espíritu de solidaridad y ansias de equidad en una gran parte de la población.
No nos gusta esta sociedad dual, donde unos pocos poderosos conviven con una mayoría marginada. Somos muchos los que pensamos que la respuesta a la gran interrogante de la miseria no era el comunismo, pero también pensamos que todavía no hemos sabido dar respuesta a esa gran interrogante. Creo firmemente que las soluciones no están en las grandes medidas macroeconómicas, sino en la labor silenciosa, constante, de las propias comunidades. Venezuela resurgirá en la medida que los Concejos Municipales trabajen día y noche en favor de sus conciudadanos. Por eso quería ser yo concejal de Sanare.
Estoy rondando los ochenta años de edad. Sin apenas darse cuenta, silenciosamente, el hombre acumula años de vida y se acerca al final del ciclo vital. Es la llegada de la vejez como proceso declinante, con sus achaques y molestias, casi invisibles para los que le rodean, pero clave misteriosa para el viejo.
Pero ¿hay una sola vejez?, ¿y no hay muchos que mueren sin envejecer? Se podría decir que en el transcurso de la vida el ser humano pasa por algunas etapas de honda depresión, con incapacidades físicas y mentales que lo hacen sentirse viejo.
Y eso varias veces en una larga vida. Son envejecimientos sucesivos, de los cuales se sobrepone al cabo del tiempo, pero que a la larga sellan la vejez final. Por otro lado, ¡cuántas muertes innecesarias en la infancia, juventud y edad madura, sin alcanzar el goce sutil del envejecimiento lento!.
El sabio Cajal se preguntaba ¿No será que vivimos demasiado? ¿No será que la vejez es una dádiva inoportuna y vejatoria de la civilización? ¿No será que la vejez trata de contrariar las leyes de la naturaleza?
Alguien ha dicho que son viejos “aquellos que tienen diez años más que uno”, o, también que “la vejez empieza algunos años más tarde de los que él mismo cuenta”.
El envejecimiento, la enfermedad y la muerte conforman una trilogía inherente a la propia vida. Como dijo alguien que no recuerdo “La existencia es una aventura de la que nadie sale vivo”.
Gracias pues al Alcalde y Concejales por haberme permitido, a título honorífico, ser uno de sus colegas.
Gracias una vez más a Sanare